viernes, 11 de noviembre de 2011

Mujeres


Las mujeres de mi familia, que ya no están físicamente conmigo, pero si miras en mis adentros, encontrarás una huella profunda de cada una.

Mi madre fue una gran señora, cómo todas las madres. Ella soñaba cada día con escapar del cuento que le fue adjudicado. Me senté muchas tardes a escuchar sus silencios, mientras ella remendaba sonrisas al son de dos caricias, y todavía le sobraba una mano para batir ternuras hasta el punto de nieve. Ella, a la que no me atrevía a formularle mis preguntas por temor a asustarla; a la que siempre acudo cuando me puede el miedo, y a la que jamás he podido explicarle las cosas que me escuecen... en el fondo estoy segura de que siempre las supo.

 Mis abuelas, tan diferentes ellas, mientras una rezaba y se afanaba por echar una mano en todas las tareas de la casa, la otra me enseñaba el valor para afrontar la vida con hermosas melodías, peinaba mis cabellos y acunaba mis duendes para dormirlos.

 Mi tía paterna, siempre con una canción en los bolsillos, amaba la música y añoraba en ella los pasados. Algunas veces sentía la necesidad de la tristeza, y cantaba, ella siempre cantaba para mecer las penas y acallarlas. Y las otras tías, siempre cerca, porque en aquel tiempo de mi niñez, la familia era extensa y cercana. 

De todas ellas pude aprender mil cosas, la generosidad, el pudor, la incansable entrega a la familia.


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