Hace unos días estuve en mi pueblo, todo ha cambiado, todo es mas ajeno; hace calor, el ultimo calor del verano, y ya huele a vendimia... Estas son las dos cosas que me reclama la memoria con insistencia.
El calor, los veranos adolescentes, (la edad del pavo) pues eso, que era genial cuando llegaba el verano, todas las tardes, después del trabajo, encontrábamos una excusa para recorrer las calles del pueblo con las motos, despertando todo tipo de "habladurías", como diría mi madre... Y los domingos... bueno, los domingos de verano, primero un bañito en "la piscina" con todo el grupo, chicos y chicas, aun no entiendo como mi padre callaba, (con lo estricto que fue con mi hermana) y luego un paseo hasta El Santo, motos para arriba, motos pata abajo, haciendo ruido. Y para cerrar, a bailar a la discoteca de Cariñena; vamos, un no parar, y lo de mi padre, para no entenderlo. Parece ser que conmigo bajó la guardia y se rindió a mis encantos, o a mis pulsos, mi constancia contra su disciplina.
La vendimia, llegaba cerrando siempre los veranos; y el pueblo cambiaba, se llenaba de chicos, olía a uvas, a otoño, a calor rezagada, a lluvia prematura... olía a vida.
En el pueblo se podía separar a la gente por grupos:
A- lugareños
B- forasteros
A su vez, los forasteros se dividían en:
A- hombres
B-chicoooos
Y los chicos, en:
A- trabajadores
B- estudiantes
Pero todos los forasteros tenían algo en común, venían a vendimiar. Aunque todos los chicoooos hacían mucho mas que vendimiar, le daban otra emoción a ese pequeño mundo. Nos sonreían, nos hablaban, incluso, bailaban con nosotras para desespero de los chicos del pueblo.
He de reconocer que me emicionó un pelín aquel muchacho que me juró que se pondría delante de un coche si yo no le hacía caso, y mi amiga, que bruta ella,- En cinco minutos paso yo con mi furgoneta, éstate quietecico aquí.
En fin, cosas de la adolescencia del calor, de las uvas maduras y la lluvia temprana.